Y en
eso llegó Fidel…
Hace
un buen tiempo, me topé con un concepto que llamó bastante mi atención. Un
concepto que, a mi entender, era sumamente complejo de descifrar: el concepto
de disrupción. Según la Real
Academia de la Lengua, la disrupción
da cuenta de una “interrupción brusca”, “del quiebre de algo dado” o “de la
fractura de un elemento organizado”. Así mismo, la RAE señala que esta noción tiene
al parecer dos raíces lingüísticas: proviene, por un lado, del inglés disruption, y, por el otro lado, del latín disruptio. En ingles, la noción disruption es bastante diciente y
provocadora, ya que además de dar cuenta de la ruptura o interrupción de un
proceso, al mismo tiempo plantea que dicho proceso de interrupción se acompaña de
la gestación de algo nuevo, innovador y revolucionario. Así pues, la acepción
conceptual contiene tres elementos a destacar: 1) que el proceso de
interrupción es un proceso brusco, tosco y poco compasivo con la forma
trasgredida; 2) que el proceso de interrupción abre las puertas al proceso de
creación; y 3) que el proceso de interrupción/creación requiere de la
intervención de sujetos “disruptivos” (en
inglés: disruptive). Es decir, que sin praxis disruptiva no hay disrupción.
Walter
Benjamin, decía que la revolución social era el momento en donde se interrumpía
el continuum de la historia. Para él,
la revolución no era el motor de ese continuum
histórico fetichizado, sino la
forma en que se resquebrajaba precisamente ese horizonte de barbarie. Si el
tren de la historia nos llevaba hacia el abismo, la revolución era la única
manera de accionar el freno de emergencia (la única forma de impedir la
barbarie generalizada). En últimas, para Benjamin la acción revolucionaria era
esencialmente disruptiva, y lo era porque solo en la medida de que se lograra
interrumpir el “tiempo del ahora” iba a ser posible concretar una proyección
utópica. “Los actos revolucionarios se proponen parar la maquinaria, detener el
tiempo, interrumpir el progreso que en su ceguera y vacuidad es el aliado
“natural” de los opresores y genocidas”[1].
Hoy
murió Fidel, un hombre que, además de ser histórico-universal (como lo llamara
Atilio Borón hace unos meses), fue sin lugar a dudas un hombre plena y
consecuentemente revolucionario. Sin temor a equivocarme, podría decir que
Fidel representa la parte más rebelde, más irreverente, más digna y más humana
de la historia de América Latina, y, de esta condición, deviene su grandeza y su ejemplo moral universal.
Fidel
fue hombre, y en su humanidad vivió su historia y la historia de América
Latina. En su hombría condujo un proceso de revolución social, y en su ternura
soñó con un mundo mejor para los seres humanos. Fidel fue un ser humano, y como
tal, estuvo impregnado de cualidades, de valores y virtudes que fueron
decisivas a la hora de intervenir en la historia. Fidel fue un grande, y en su
grandeza logró forjar uno de sus atributos políticos más importantes: ¡ser ante
todo un ser humano disruptivo!
La
canción de Carlos Puebla “Y en eso llegó Fidel” es la pieza artística y musical
que mejor ejemplifica esta condición disruptiva. Fidel llegó a la historia en
medio de un continuum de barbarie, y
llegó para interrumpirla, para transgredirla, para accionar el freno de
emergencia.
“-Y en eso llegó Fidel, y se acabó la
diversión, llegó el comandante y mandó a parar”-.
Fidel
interrumpió la historia de América Latina, y lo hizo al haber avizorado un
horizonte de posibilidad alternativo al de la barbarie. Fidel no fue perfecto,
como tampoco fue y será perfecta la Revolución Cubana. Pero aun en medio de las
dificultades, los obstáculos y los azares, interrumpió la historia para arar
una utopía que dignificara a los oprimidos del mundo. Su lección más
apasionante y viva, fue la de que la condición más bella de un revolucionario,
ha de ser necesariamente la de ser un sujeto disruptivo y trasgresor de la
realidad capitalista. El deber de todo revolucionario es construir otro mundo
posible, y en ello, hay que dar hasta la vida misma.
Fidel,
con su vida y obra, logró que, como lo enalteciera en su Segunda Declaración de
la Habana: ahora sí, la historia tuviese
que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de
América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre,
su historia -nuestra historia-”.
Hoy,
como aquél día,
¡Venceremos!
Por.
Juan Felipe González Jácome
[1] Gendler, Stefan. «¿Por qué el ángel de la historia
mira hacia atrás?» En La mirada del ángel , de Bolivar Echeverría,
45-88. México D.F. : Ediciones Era, 2014.
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