Saturday, November 26, 2016

Y en eso llegó Fidel…

Y en eso llegó Fidel…

Hace un buen tiempo, me topé con un concepto que llamó bastante mi atención. Un concepto que, a mi entender, era sumamente complejo de descifrar: el concepto de disrupción. Según la Real Academia de la Lengua, la disrupción da cuenta de una “interrupción brusca”, “del quiebre de algo dado” o “de la fractura de un elemento organizado”. Así mismo, la RAE señala que esta noción tiene al parecer dos raíces lingüísticas: proviene, por un lado, del inglés disruption,  y, por el otro lado, del latín disruptio. En ingles, la noción disruption es bastante diciente y provocadora, ya que además de dar cuenta de la ruptura o interrupción de un proceso, al mismo tiempo plantea que dicho proceso de interrupción se acompaña de la gestación de algo nuevo, innovador y revolucionario. Así pues, la acepción conceptual contiene tres elementos a destacar: 1) que el proceso de interrupción es un proceso brusco, tosco y poco compasivo con la forma trasgredida; 2) que el proceso de interrupción abre las puertas al proceso de creación; y 3) que el proceso de interrupción/creación requiere de la intervención de sujetos “disruptivos” (en inglés: disruptive). Es decir, que sin praxis disruptiva no hay disrupción.

Walter Benjamin, decía que la revolución social era el momento en donde se interrumpía el continuum de la historia. Para él, la revolución no era el motor de ese continuum histórico fetichizado, sino la forma en que se resquebrajaba precisamente ese horizonte de barbarie. Si el tren de la historia nos llevaba hacia el abismo, la revolución era la única manera de accionar el freno de emergencia (la única forma de impedir la barbarie generalizada). En últimas, para Benjamin la acción revolucionaria era esencialmente disruptiva, y lo era porque solo en la medida de que se lograra interrumpir el “tiempo del ahora” iba a ser posible concretar una proyección utópica. “Los actos revolucionarios se proponen parar la maquinaria, detener el tiempo, interrumpir el progreso que en su ceguera y vacuidad es el aliado “natural” de los opresores y genocidas”[1].   


Hoy murió Fidel, un hombre que, además de ser histórico-universal (como lo llamara Atilio Borón hace unos meses), fue sin lugar a dudas un hombre plena y consecuentemente revolucionario. Sin temor a equivocarme, podría decir que Fidel representa la parte más rebelde, más irreverente, más digna y más humana de la historia de América Latina, y, de esta condición,  deviene su grandeza y su ejemplo moral universal.

Fidel fue hombre, y en su humanidad vivió su historia y la historia de América Latina. En su hombría condujo un proceso de revolución social, y en su ternura soñó con un mundo mejor para los seres humanos. Fidel fue un ser humano, y como tal, estuvo impregnado de cualidades, de valores y virtudes que fueron decisivas a la hora de intervenir en la historia. Fidel fue un grande, y en su grandeza logró forjar uno de sus atributos políticos más importantes: ¡ser ante todo un ser humano disruptivo! 

La canción de Carlos Puebla “Y en eso llegó Fidel” es la pieza artística y musical que mejor ejemplifica esta condición disruptiva. Fidel llegó a la historia en medio de un continuum de barbarie, y llegó para interrumpirla, para transgredirla, para accionar el freno de emergencia.

“-Y en eso llegó Fidel, y se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar”-.
          
Fidel interrumpió la historia de América Latina, y lo hizo al haber avizorado un horizonte de posibilidad alternativo al de la barbarie. Fidel no fue perfecto, como tampoco fue y será perfecta la Revolución Cubana. Pero aun en medio de las dificultades, los obstáculos y los azares, interrumpió la historia para arar una utopía que dignificara a los oprimidos del mundo. Su lección más apasionante y viva, fue la de que la condición más bella de un revolucionario, ha de ser necesariamente la de ser un sujeto disruptivo y trasgresor de la realidad capitalista. El deber de todo revolucionario es construir otro mundo posible, y en ello, hay que dar hasta la vida misma.

Fidel, con su vida y obra, logró que, como lo enalteciera en su Segunda Declaración de la Habana: ahora sí, la historia tuviese que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia -nuestra historia-”.

Hoy, como aquél día,
¡Venceremos!     

Por. Juan Felipe González Jácome





[1] Gendler, Stefan. «¿Por qué el ángel de la historia mira hacia atrás?» En La mirada del ángel , de Bolivar Echeverría, 45-88. México D.F. : Ediciones Era, 2014.