Sunday, May 24, 2015

¡Unidad, unidad, Frente Amplio por la Paz!

¡Unidad, unidad, Frente Amplio por la Paz!

Por: Juan Felipe González-Jácome


1. Para que una sociedad construya la paz, se requiere que esa misma sociedad se piense la paz, la ponga como un horizonte por forjar, la entienda como un escenario de disputa ideológica y política, antes que un simple consenso social. No hay duda que aquellos que en algún momento vieron la guerra como un espectáculo de intereses, ahora perciban la paz y el “pos-conflicto” como otro tipo de espectáculo, en donde, al igual que en la guerra, salen a relucir intereses, alianzas y uno que otro ánimo de lucro.

2. Lejos de ser un acuerdo generalizado, la construcción de la paz debe ser un constante debate entre los grupos sociales, los cuales deben discutir de manera incesante qué tipo de paz se piensan, pero sobre todo, que tipo de paz están dispuestos a materializar en nuestro país. Por ello, es imprescindible que los grupos sociales –de la mano de los partidos y movimientos políticos-, asumamos el debate de la paz, entendiendo que dicha discusión “transversaliza” el proyecto de país que se construirá de aquí en adelante.

¿Por qué la unidad en un Frente Amplio por la paz, la democracia y la justicia social?

3. Para los partidos, movimientos y proyectos sociales, progresistas y de izquierdas, la paz no ha sido en ningún momento un slogan de campaña, ni mucho menos una carta abierta al gobierno de Juan Manuel Santos. Por el contrario, la paz ha sido una iniciativa programática bajo la cual, de manera decidida, se ha proyectado una apuesta de país democrático, pluralista y en donde se erradiquen las causas sociales y políticas por las cuales ha emanado el conflicto en Colombia. En cierta medida, la paz ha sido un puente de convergencia entre los proyectos alternativos de poder.   

4. Bajo la anterior premisa, es pertinente ser claros en que, tal como lo menciona Óscar Guardiola-Rivera: el pueblo colombiano –a diferencia de la clase política tradicional (de derecha)- debe ver en el proceso de paz un encuentro transformador y creativo, un escenario de construcción de lo popular, lo étnico y lo social, en donde quepan muchos y muchas, y, sobre todo, en donde se integre y se reconozca a los tradicionalmente excluidos. Es precisamente en este punto, donde se debe tener más conciencia sobre la unidad, ya que sería ingenuo pensar que aquellos que se han dedicado a hacer la guerra, ahora, de forma serena y altruista, breguen por la paz. Por ello mismo, es imperativo que surja una convergencia seria y contundente de los proyectos alternativos, críticos y transformadores de nuestro país, ya que la disputa por un país que sea consecuente con la paz que se sueña, pasa por la unidad decidida de los proyectos que le apuestan a ese tipo de país. Es necesario superar el inmovilismo, el desencuentro y la fragmentación, y asumir que las grandes gestas históricas se han construido desde la unidad del pueblo y la concurrencia de sus proyectos políticos y sociales.

¿Cómo se construye la Unidad?

5. En primera instancia, la unidad debe ser construida desde la diversidad, es decir, reconociéndonos en nuestra heterogeneidad de sueños, propósitos, proyectos, tendencias y cosmovisiones. Sin embargo, a diferencia de erráticas iniciativas del pasado, en donde la diferencia fue el presupuesto de nuestro fracaso, esta vez la diferencia debe ser el elemento central de nuestra fortaleza y nuestro empuje. Es necesario aunar esfuerzos en la mayor cantidad de escenarios y bajo la iniciativa de la mayor cantidad de grupos sociales; se debe construir con los indígenas, campesinos, afros, con las disidencias sexuales y de género, con el sindicalismo, con los estudiantes, con los intelectuales, con los trabajadores informales, con las madres cabeza de hogar y con las mujeres en general. En últimas, es imperativo reconocer que el bloque alternativo de poder en Colombia se hace fuerte en la pluralidad de propuestas, y que la justicia social parte también del reconocimiento de los que han sido históricamente excluidos.

6. Como un segundo elemento central, es importante entender que la unidad se construye desde la base, es decir de abajo hacia arriba, y no desde las alturas. Por ello, es importante que el Frente Amplio por la Paz se difumine por todas las regiones del país, y se empiece a consolidar desde el trabajo concreto y particular en las veredas y municipios, en los colegios y las universidades, en los campos y en las fábricas y en general, a partir de la cotidianidad del pueblo colombiano. Ahora, ¿Qué sentido tiene ello? Pues bien, lo que se pretende forjar a partir del trabajo “desde abajo”, es precisamente lo que ha sido caro a  nuestros gobernantes, darle protagonismo a las personas, que sean ellas mismas las que asuman el compromiso con la construcción de paz, que la definan, le den contenido y se comprometan con tenacidad a labrarla.

7. Finalmente, es necesario resaltar que la unidad se consolida en constante movilización y agencia sociopolítica, persuadiendo antes que imponiendo, pero sobre todo, reconociendo que somos muchas y muchos los que estamos en esta misma lucha por la Paz, la Democracia, Los Derechos y la Justicia Social. Como bien lo ha dicho Marta Harnecker, erigir un verdadero bloque alternativo de poder y ganar la hegemonía, parte de que estemos siempre con la gente, con sus problemas, sus anhelos y sus convicciones.

Luchar por una paz estable y duradera para un país en donde prime la democracia y la justicia social, requiere que entendamos que, más allá de lo que hayamos hecho en el pasado, lo que importa es lo que hagamos juntos y unidos en el porvenir.        


La unidad del pueblo colombiano es nuestro más preciado tesoro…

Democratizar la Democracia

Construyendo la Paz.

Democratizar la Democracia

Parte de nuestro cometido actual, es profundizar y diversificar los espacios de participación democrática, generar conciencia política en la sociedad, y cultivar la paz con garantías para su perdurabilidad.

Por: Juan Felipe González Jácome

En esta época de coyuntura política, es usual evidenciar en el ideario colectivo de la sociedad un peculiar sentimiento de pertenencia por la participación democrática; en las calles, aulas, pasillos y medios masivos de comunicación, se percibe todo un movimiento en favor de la participación democrática, caracterizándola como una de las bases más importantes para la construcción de la paz. Ahora, si bien todos hablan del concepto de democracia, y en consecuencia del de participación, pocos se detienen  en el análisis reflexivo de lo que  estos dos conceptos significan, pero más aún, del deber que asume la sociedad a la hora de juntar estos dos elementos, democracia participativa.

Es evidente que la participación es uno de los pilares fundamentales de la democracia, ya que como etimológicamente nos lo indica el concepto, la democracia es el “poder del pueblo”, es decir, es esa constante praxis política que entablan los diferentes grupos de la sociedad en relación con sus intereses y propósitos, los cuales deben ser disputados en el plano de las relaciones de poder, en donde en fin últimas, y de acuerdo a una determinada correlación de fuerzas, se decidirá sobre la determinación o rumbo de la sociedad en un momento histórico concreto. En síntesis, la democracia debe encarnar el constante debate que existe en la sociedad, debe ser el reflejo de las necesidades, vivencias, experiencias y conflictividades del compendio social. La democracia, antes que ser un elemento acabado y perfecto, está en constante construcción y conflictividad, pero esos mismos valores intrínsecos a ella, son los que en última instancia garantizan la constante creación histórico-social de la humanidad. 

Ahora bien, la garantía de la democracia y de la política en si misma (como praxis) la da la efectiva participación política de la sociedad; participación que en nuestro mundo contemporáneo solemos reducir, esconder, o simplemente olvidar. Banalizar el concepto de democracia, e igualarlo simple y llanamente al de votar, es como si el mero hecho de depositar determinadas papeletas en una urna cooptara toda la práctica política y su rico contenido. De ser así, en últimas se estaría reduciendo toda forma de participación en dos cosas: primero en elegir y segundo en ser “representado”. En ese orden de ideas, nos vemos frente a una situación bastante preocupante: En primera medida, escindimos la sociedad en dos, la civil que simplemente deposita su voto y desarrolla su cotidianidad al margen de la participación democrática, y la sociedad política, la cual solo emana en épocas de coyuntura electoral. Al mismo tiempo en que se nos coloca en la situación precedente, se entra directamente en el plano de la total indiferencia política, en la cual el representante se desentiende abruptamente de sus electores y en vez de ser un vehículo de sus necesidades y propósitos en instancias más altas de decisión, se concentra en el caudal y la maquinaria electorera, deslegitimando instantáneamente la praxis política, y poniéndola en el plano de la reiteración mediocre y oportunista, mas no en donde debería estar, en el plano de la praxis social creadora. 

Para rescatar a la democracia de su olvido, y ponerla en el plano de la convicción y no del oportunismo, es necesario comenzar por oxigenarla, es decir, por generar en nuestro sentido común la idea de que ella se construye cotidianamente en todos los espacios en donde interactuamos y construimos socialmente (la universidad, el barrio, la localidad, la ciudad, el país etc.). Entender que su importancia radica en la relación intrínseca entre la representación y la participación, en donde la representación sea un móvil de los intereses y finalidades que se construyen en la participación política cotidiana, en donde el representante trabaje convenidamente por la gente y en donde las bases sociales garanticen y tengan control de esa efectiva representación.


No obstante, para ello debemos trabajar arduamente, empezar por nuestra realidad circundante, hacernos partícipes de las ocurrencias de nuestro alrededor, y sobre todo, ayudar a construir nuestro entorno (la Universidad), debemos apostarle a todo un movimiento en favor de la paz y la democracia real, movilizarnos y expresar nuestro querer por transformar este “statu quo” político. Ya que solo en la medida de que asumamos nuestra responsabilidad política con esta realidad podremos nutrir la participación y llenarla de contenido, en últimas, solo haciéndonos conscientes de nuestro ser político y de nuestro compromiso creador con la sociedad, haremos de la participación una realidad palpable a todos (as), de la política una experiencia cotidiana y habremos aportado a Democratizar la democracia.   

7 tesis sobre un gran Maestro

In memóriam, Carlos Gaviria Díaz

7 tesis sobre un gran Maestro

El tributo más grande para Carlos Gaviria, es continuar con su legado de Justicia Social, Paz y Democracia.

Por: Juan Felipe González-Jácome.

Hace unas pocas semanas, falleció en la ciudad de Bogotá, el que era considerado uno de los más grandes juristas y maestros de nuestro país: Carlos Gaviria Díaz; quien no solamente primó por su grandeza teórica y académica, sino también, por su decida militancia en la izquierda colombiana. En otras palabras, Carlos Gaviria no solamente es la representación del emérito jurista y magistrado (lo que escasea por estos tiempos), sino que también, y primordialmente, es la síntesis de un hombre Demócrata y de Izquierda.

El 11 de marzo del presente año, Gaviria realizó su última conferencia académica en las instalaciones del Gimnasio Moderno de Bogotá. Allí, expuso una ponencia titulada “Educar para la democracia”, en donde, desde mi perspectiva, sintetizó gran parte de la apuesta teórica y política que construyó en el largo trasegar de su vida.

A manera de tesis, y bajo una pretensión de homenaje, quisiera presentar los puntos que, en mi entendido, revisten mayor relevancia en cuanto a la exposición que otrora el Maestro Gaviria realizara en el Gimnasio Moderno.

Educar para la democracia

       I.            Carlos Gaviria siempre fue ante todo un docente, dedicó poco más de 30 años a impartir clases universitarias en la Universidad de Antioquia, y siempre adujo que su más preciada labor era la de ser un maestro. Su afinidad por la filosofía liberal y laica, lo llevo a estudiar detenidamente a las grandes mentes del pensamiento liberal e ilustrado, desde la oración por la dignidad humana” de Pico della Mirándola, pasando por Rousseau, hasta la filosofía Kantiana que tanto admiraba. A partir de un sinnúmero de disertaciones, acogió la tesis de que para educar en la democracia era imprescindible educar en la autonomía. Tal como lo mencionara Rubén Jaramillo, “el meollo de la ilustración lo constituye la experiencia de la autonomía”, ya que es a partir de allí, donde el sujeto no solo avizora horizontes utópicos, sino que se pone en la brega de hacerlos realidad.

    II.            Así mismo, Gaviria fue a su vez un radical crítico de la pedagogía hegemónica en nuestro sistema educativo neoliberal. Para él, educar para la democracia, implicaba en primicia que el educador jamás perdiera su posición de educando, ya que como lo dijera Marx en su tesis III sobre Feuerbach: “el propio educador necesita ser (constantemente) educado”. Es así, como no solamente se predica partidario de una labor pedagógica profundamente dialéctica, sino que también encuentra fundamental que la construcción del conocimiento sea, sin sonar redundante, una construcción colectiva (educador-educando).

 III.            No obstante, el conocimiento y la pedagogía no se encierran en las paredes del aula, sino que están en constante diálogo con la realidad social que la rodea y estructura. De esta manera, educar para la democracia debe ser en estricto sentido, educar para la irreverencia; que no es nada distinto a educar para la crítica de lo existente.

El sujeto de la democracia: El Pueblo 

  IV.            Como lo mencionamos hace un momento, Carlos Gaviria fue ante todo un demócrata ejemplar, el cual siempre se atrevió a pensar y a soñar en mundos distintos al que impera en la actualidad. Su modelo de sociedad democrática, era una en la que se fuera más comunidad y menos sociedad civil (al estilo del individualismo y utilitarismo depredador); una que se caracterizara por ser “pensante, consciente y convivente”, en donde El Pueblo dejara de ser una masa “amorfa” condenada a la ignominia, y se erigiera más bien en el sujeto colectivo constructor del bien-estar y del por-venir.

     V.            Pero así como su ideal era claro, su método también era contundente. El sujeto de la democracia se forja en la construcción misma de la democracia. Es decir, a diferencia de los conservadores que predican que no es posible pensar en una democracia plena mientras el pueblo no esté "preparado" para ella, Carlos Gaviria insistía en que no era posible "preparar" al pueblo para la democracia cuando ésta era claramente ausente. En otras palabras, la democracia como objeto no se desarrolla en ausencia del sujeto, o a la espera del desarrollo de este último, sino que ambos, sujeto-objeto, hacen parte de una relación indisoluble. La democracia avanza en la medida de que El Pueblo la construye, y El Pueblo aprende y eleva sus niveles de consciencia, ilustración y participación, en la medida de que forja la democracia.

La Falsa Democracia o Democracia Morbosa

  VI.          Finalmente, Carlos Gaviria siempre fue irreductible en aseverar que la democracia actual es una democracia falsa o morbosa. Su tesis partía de la base de que en la sociedad capitalista no solo prima un modelo de economía de mercado, sino que la sociedad ¡es en sí misma! una sociedad de mercado. Lo cual implica, entre muchas otras cosas, que los privilegios siempre van a estar por encima de los derechos (como pasa en Colombia); y una sociedad donde eso ocurra, no tiene, en estricto sentido, una auténtica democracia.

VII.            Ciertamente, la acérrima crítica de Carlos Gaviria a la realidad existente en nuestro país, no se consumó en el simple hecho de la enunciación y la retórica, sino que siempre estuvo acompasada del trabajo práctico y concreto. Práctica que tuvo como síntesis su activa y enérgica militancia política en la izquierda colombiana. Es decir, para Carlos Gaviria nunca pudo existir un ideal democrático y de justicia social que estuviese al margen de un compromiso político de transformación. Para él, las utopías nunca significaron horizontes ilusos, distantes e imposibles, sino por el contrario, la esencia más humana de un porvenir de justicia que vale la pena labrar todos los días de la vida.

¡Hasta siempre Maestro!