Construyendo la Paz.
Democratizar la
Democracia
Parte de nuestro
cometido actual, es profundizar y diversificar los espacios de participación
democrática, generar conciencia política en la sociedad, y cultivar la paz con
garantías para su perdurabilidad.
Por:
Juan Felipe González Jácome
En esta época de
coyuntura política, es usual evidenciar en el ideario colectivo de la sociedad
un peculiar sentimiento de pertenencia por la participación democrática; en las
calles, aulas, pasillos y medios masivos de comunicación, se percibe todo un
movimiento en favor de la participación democrática, caracterizándola como una
de las bases más importantes para la construcción de la paz. Ahora, si bien
todos hablan del concepto de democracia, y en consecuencia del de
participación, pocos se detienen en el
análisis reflexivo de lo que estos dos
conceptos significan, pero más aún, del deber que asume la sociedad a la hora
de juntar estos dos elementos, democracia
participativa.
Es evidente que la
participación es uno de los pilares fundamentales de la democracia, ya que como
etimológicamente nos lo indica el concepto, la democracia es el “poder del
pueblo”, es decir, es esa constante praxis política que entablan los diferentes
grupos de la sociedad en relación con sus intereses y propósitos, los cuales
deben ser disputados en el plano de las relaciones de poder, en donde en fin
últimas, y de acuerdo a una determinada correlación de fuerzas, se decidirá
sobre la determinación o rumbo de la sociedad en un momento histórico concreto.
En síntesis, la democracia debe encarnar el constante debate que existe en la
sociedad, debe ser el reflejo de las necesidades, vivencias, experiencias y
conflictividades del compendio social. La democracia, antes que ser un elemento
acabado y perfecto, está en constante construcción y conflictividad, pero esos
mismos valores intrínsecos a ella, son los que en última instancia garantizan
la constante creación histórico-social de la humanidad.
Ahora bien, la garantía
de la democracia y de la política en si misma (como praxis) la da la efectiva
participación política de la sociedad; participación que en nuestro mundo
contemporáneo solemos reducir, esconder, o simplemente olvidar. Banalizar el
concepto de democracia, e igualarlo simple y llanamente al de votar, es como si
el mero hecho de depositar determinadas papeletas en una urna cooptara toda la práctica
política y su rico contenido. De ser así, en últimas se estaría reduciendo toda
forma de participación en dos cosas: primero en elegir y segundo en ser
“representado”. En ese orden de ideas, nos vemos frente a una situación
bastante preocupante: En primera medida, escindimos la sociedad en dos, la
civil que simplemente deposita su voto y desarrolla su cotidianidad al margen
de la participación democrática, y la sociedad política, la cual solo emana en
épocas de coyuntura electoral. Al mismo tiempo en que se nos coloca en la
situación precedente, se entra directamente en el plano de la total
indiferencia política, en la cual el representante se desentiende abruptamente
de sus electores y en vez de ser un vehículo de sus necesidades y propósitos en
instancias más altas de decisión, se concentra en el caudal y la maquinaria
electorera, deslegitimando instantáneamente la praxis política, y poniéndola en
el plano de la reiteración mediocre y oportunista, mas no en donde debería
estar, en el plano de la praxis social creadora.
Para rescatar a la
democracia de su olvido, y ponerla en el plano de la convicción y no del
oportunismo, es necesario comenzar por oxigenarla, es decir, por generar en
nuestro sentido común la idea de que ella se construye cotidianamente en todos
los espacios en donde interactuamos y construimos socialmente (la universidad,
el barrio, la localidad, la ciudad, el país etc.). Entender que su importancia
radica en la relación intrínseca entre la representación y la participación, en
donde la representación sea un móvil de los intereses y finalidades que se
construyen en la participación política cotidiana, en donde el representante
trabaje convenidamente por la gente y en donde las bases sociales garanticen y
tengan control de esa efectiva representación.
No obstante, para ello
debemos trabajar arduamente, empezar por nuestra realidad circundante, hacernos
partícipes de las ocurrencias de nuestro alrededor, y sobre todo, ayudar a
construir nuestro entorno (la Universidad), debemos apostarle a todo un
movimiento en favor de la paz y la democracia real, movilizarnos y expresar
nuestro querer por transformar este “statu quo” político. Ya que solo en la
medida de que asumamos nuestra responsabilidad política con esta realidad
podremos nutrir la participación y llenarla de contenido, en últimas, solo
haciéndonos conscientes de nuestro ser político y de nuestro compromiso creador
con la sociedad, haremos de la participación una realidad palpable a todos
(as), de la política una experiencia cotidiana y habremos aportado a Democratizar la democracia.
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