Del
conflicto armado al conflicto político
¿Por qué el uribismo le
teme a la democracia?
Tal como lo definió la
Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas (CHCV), el conflicto armado en
Colombia ha tenido en su desenvolvimiento una “causalidad sistémica” derivada
de las configuraciones históricas que ha trazado el orden social vigente. Lo que
implica que el conflicto social (incluyendo su expresión armada) puede
explicarse, aunque no mecánicamente, por las características (antagónicas) de
la formación socioeconómica, cultural y política de nuestro país.
En ese sentido, la
relación entre orden social vigente y conflicto, se halla precisamente en la
manera en que dicho orden vigente ha establecido (en el plano sociopolítico)
una serie de negatividades que han modelado el desenvolvimiento (disruptivo) de
la historia de Colombia. Negatividades que, además, han producido disímiles
formas de resistencia, entre las cuales podrían señalarse: 1) las formas institucionales
y 2) las formas no institucionales (entre las que se encuentra la lucha armada).
Estas dos maneras de traducir el conflicto y la resistencia, han tenido un
sinfín de consecuencias que no podremos delimitar en este pequeño escrito. Sin
embargo, lo que si podríamos plantear, es que éstas han forjado unos patrones
de aprehensión de la realidad del país que han
dicotomizado el espacio político local.
Ahora bien, desde hace
varios años, el país se sumergió en un profundo debate nacional en donde la
opinión pública re-articulo su forma de percibir el conflicto y, en
consecuencia, su forma de percibir la manera en que se podía dar solución al
mismo. Entre los consensos que se pudieron concretar, estuvo el de la necesidad
de poner fin al conflicto armado mediante una salida política, es decir,
plantear la posibilidad de acabar la confrontación bélica a partir de la
delimitación de espacios participativos en donde las diferencias políticas
pudieran ser dirimidas. En efecto, dicha postura se erigió como una idea-fuerza
que paulatinamente fue filtrándose en el sentido común de las personas, hasta
tal punto que hoy por hoy la gran mayoría de los colombianos no ponen en duda
la importancia de acabar la guerra mediante la negociación política.
Por supuesto, la gran
pregunta que ha devenido en los últimos días, ha girado en torno a esta
perspectiva de solución del conflicto. Ya que tras la victoria del NO en el plebiscito,
los debates nacionales se han ampliado en proporción directa a los disensos
políticos. Aun así, tras la sistemática movilización social, es evidente que la
correlación de fuerzas está del lado de los que abogamos porque el conflicto
armado se convierta en un conflicto político: un conflicto esencialmente
democrático.
Ahora, que el conflicto
de este giro copernicano no da cuenta de una supuesta neutralidad política, o
de un supuesto fin de los disensos; por el contario, esta proposición ética
busca que se lleguen a acuerdos mínimos de participación social bajo los cuales
puedan florecer los desacuerdos democráticos. Insistimos en que la búsqueda
debe ser porque la batalla armada sea sustituida por la batalla de ideas.
No obstante, ciertos
sectores de la sociedad (como el uribismo) se han opuesto a dicha apreciación
del contexto actual. ¿Qué es lo que tanto les aterra? ¿Por qué no pueden
soportar este paso histórico? Lo que aterra a estos personajes, es que la
solución política del conflicto abra las puertas de la democracia. Es decir,
amplíe el espectro de discusión sobre realidades que eran indiscutibles,
inmodificables e inquebrantables. Lo que saca de quicio a más de un “uribista”
es que, como lo dijera N. Bobbio, la democracia sea potencialmente subversiva.
Y cuando hablamos de subversiva, lo decimos en el sentido más radical de la
expresión, ya que allí donde llega la democracia se subvierte la dominación
tradicional (la de élites políticas y económicas; la de patriarcas y caciques
regionales…), donde llega la democracia, el poder hegemónico (que desciende de
arriba hacia abajo) comienza a ser resquebrajado. En ese sentido, lo que el
uribismo no puede soportar es que el orden social vigente en Colombia empiece a
ser discutido, es que por primera vez en mucho tiempo podamos ser conductores reales
de nuestra propia sociedad (…)
Por: Juan Felipe González Jácome
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