Ética y Política
¿Qué implica la (in)tolerancia militante?
¿Qué ocurre cuando se debe negar a la tolerancia para
salvaguardar sus más nobles y justos propósitos?
Por: Juan Felipe González-Jácome. VII Semestre.
¿Es
acaso la tolerancia una virtud inmanente a nuestro mundo demo-liberal
contemporáneo? ¿Se podría llegar a pensar que la tolerancia es un valor puro y
acabado que arropa las relaciones sociales de nuestro tiempo? ¿Acaso puede
llegar a ser la intolerancia el modo de conducta pertinente para defender los
fines y las utopías más añoradas por nuestra sociedad? Una de las grandes
deficiencias de nuestra academia (sobre todo la jurídica), consiste en asumir
ciertas categorías, conductas e ideas como meras evidencias. Sin duda alguna
una de las grandes características de la teoría crítica, es poner en constante
cuestionamiento el propio devenir de nuestro mundo, y con él, todas las
axiologías y cimientos que aparentemente la sostienen. En otras palabras, el
papel de la crítica, es trasgredir todo lo que en nuestro “ingenuo tradicionalismo”
consideramos como evidente.
En
este breve artículo, quisiera poner de presente algunos puntos de discusión
frente a una de las categorías más debatidas por estos días, la cual –pienso– se
encuentra en una profunda crisis. Esta categoría es la de la tolerancia, que a su vez, esta
orgánicamente relacionada con la de la libertad de expresión y la de elección.
Por ello, es imperativo traer a colación algunas nociones que considero relevantes
para desgranar el concepto de tolerancia, y así, poder descifrar en qué radica
su crisis.
Lo
primero que se debe mencionar, es que la tolerancia no es un valor
intrínsecamente ligado a la “naturaleza” del ser humano, por el contrario, es
un valor que se construye a partir de ciertas circunstancias concretas. El
humano no es tolerante o intolerante por naturaleza, sino que por el contrario
su tolerancia o no-tolerancia se erige en una condición de posibilidad a partir
de ciertas condiciones, mediaciones, e inferencias sociales. El humano no es per se tolerante, sino que se hace
tolerante en su propia praxis social.
Habiendo
dicho lo anterior, se denota que la tolerancia no es pues un concepto de la
naturaleza humana, sino por el contrario, un terreno político por ganar; desde
los filósofos de la Ilustración como Locke, hasta la actualidad, se habla de la
tolerancia como un espacio por ampliar y como un horizonte por construir, pero
¿En qué consisten las pretensiones de la tolerancia como valor ético y
político? Pues bien, habrá que argumentar que la tolerancia como relación
social se caracteriza de ciertos rasgos y persigue ciertas finalidades e
imperativos que habremos de destacar.
a) La tolerancia como relación, implica la existencia de
sujetos y grupos sociales puestos en aristas diferentes u opuestas. Es decir,
la tolerancia se forja en la oposición.
b) Las diferencias que caracterizan a los sujetos y
colectivos sociales deben importar a dichos sujetos y colectivos, es decir, no
hay indiferencia frente a la oposición, sino por el contrario hay
reconocimiento, identificación e incluso rechazo.
c) En ese orden de ideas, la tolerancia no implica
pasividad, contrario sensu el sujeto
tolerante no renuncia a que el otro cambie su idea. “la tolerancia implica un
diálogo abierto, persuasivo, dialéctico; un constante conflicto ideológico”.
Como vemos, la tolerancia es
pues un valor de movilización, en donde hay madurez para afrontar los
conflictos y en donde se reconoce y se busca ampliar la libertad, el respeto
mutuo, la dignidad humana, la convivencia, y la democracia real/radical. Esas
son pues las finalidades a las que debe apuntar dicho valor.
Ahora bien, es importante
reconocer que en nuestro mundo contemporáneo la tolerancia ha empezado a dar un
giro bastante preocupante, en donde se convierte en una falsa tolerancia o
incluso en una verdadera intolerancia ¿Por qué? Porque sus presupuestos
fundamentales empiezan a desvanecerse en la pasividad, la unilateralidad y la
indiferencia. Por su parte, la falsa tolerancia, implica no la síntesis de los
debates, las oposiciones y los disensos sino que por el contrario, se sustrae al
sujeto de su autonomía y libertad, se le impide hacer valer sus ideales y
necesidades que no colinden con las que el establecimiento impone. Por otro lado,
la “tolerancia intolerante” es aquella por la cual, el respeto y el
reconocimiento emana en la medida de que el Otro no sea realmente Otro. En
otras palabras, “tolero al Otro en la medida de que cumpla con mis parámetros”,
la tolerancia entonces implica arrancar al otro de sus propias raíces y extrañarlo
de su particularidad en nombre de los valores abstractos de la sociedad
unidimensional/capitalista.
Finalmente nos preguntamos,
de acuerdo a este panorama ¿es posible tolerarlo todo? ¿Es ético tolerar
incluso la intolerancia? Nuestra respuesta es claramente negativa. No es loable
tolerarlo todo, ya que de ser así seríamos cómplices de la destrucción de los
valores intrínsecos a la misma tolerancia. A consecuencia de ello, asumimos
entonces que la tolerancia tiene límites, y que precisamente para salvaguardar
sus nobles propósitos, es menester incluso que se niegue a sí misma,
transformándose en su oposición, es decir en intolerancia; ¡ante la tolerancia
pasiva, indiferente, reaccionaria y mísera de muchos, es menester oponer una
intolerancia disidente y esperanzadora! Hablar de ser intolerante en estos tiempos,
implica tener el compromiso y la voluntad de transformar lo denigrantemente
establecido.
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