“Había
un proyecto para el Sol… y lo hay”
(A 100
años de la Revolución Rusa)
Propongo
iniciar este texto, transcribiendo un poema de Wallace Stevens:
"Empieza,
[amigo mío], por percibir la idea
de esta invención, este mundo inventado,
la inconcebible idea del Sol.
Debes hacerte de nuevo un hombre ignorante
y ver con ojo ignorante el Sol de nuevo
y verlo claramente en la idea de Sol.
Nunca supongas que una mente inventora es la fuente
de esta idea, ni compongas para esa mente
un voluminoso dueño envuelto en su fuego.
Qué limpio el sol cuando visto en su idea,
lavado en la más remota limpieza de un cielo
que nos ha expulsado con nuestras imágenes (...)
(…) Febo ha muerto, [amigo mío]. Pero Febo fue
un nombre para algo que nunca pudo nombrarse.
¡Había un proyecto para el Sol y lo hay!
Hay un proyecto para el Sol. El Sol
no debe tener nombre, "florecedor de oro",
de esta invención, este mundo inventado,
la inconcebible idea del Sol.
Debes hacerte de nuevo un hombre ignorante
y ver con ojo ignorante el Sol de nuevo
y verlo claramente en la idea de Sol.
Nunca supongas que una mente inventora es la fuente
de esta idea, ni compongas para esa mente
un voluminoso dueño envuelto en su fuego.
Qué limpio el sol cuando visto en su idea,
lavado en la más remota limpieza de un cielo
que nos ha expulsado con nuestras imágenes (...)
(…) Febo ha muerto, [amigo mío]. Pero Febo fue
un nombre para algo que nunca pudo nombrarse.
¡Había un proyecto para el Sol y lo hay!
Hay un proyecto para el Sol. El Sol
no debe tener nombre, "florecedor de oro",
sino ser
en la dificultad de lo que tiene que ser.
¡Había
un proyecto para el Sol… y lo hay! Esta es la frase fulminante con la que, a mi
juicio, debe pensarse la Revolución Rusa a 100 años de distancia. Desconozco el
objetivo de Wallace Stevens al invocarla, pero pienso que es el llamado más noble
que un sujeto puede hacer en su intención de rescatar una idea maravillosa; una
idea cuya concreción terrenal al parecer ha sido fallida… Pero que, en su
idealidad, en su proyección o prospecto, ¡vale la pena! Necesita reinventarse
una y otra vez.
Hay
que volvernos ignorantes de nuevo, dice el poeta, y ver al Sol en su idea, en
su embrión, en su proyecto…
No
es posible marginar estas líneas de un ejercicio conmemorativo. En efecto, el
acto conmemorativo debe asumir en su integridad la invitación que nos plantea
Wallace. Estudiar la Revolución Rusa implica pensar en un “proyecto”, en un
conjunto de ideas-fuerza que impactaron el mundo y alteraron su devenir para
siempre. De alguna manera, contemplar el acontecimiento (como proyecto y como
idea), puede permitir anular la melancolía y la pedantería historiográfica que
acompañan los sucesos de 1917. En ese sentido, mi propuesta es rescatar el
proyecto que subyace a la Revolución Rusa. Contemplar la idea del Sol: analizar
su proyecto. Sin olvidar que, como lo recuerda Steve Wallace, la grandeza del
proyecto no está en su pomposo nombre, ni en la parafernalia de su
acontecimiento, sino más bien, “en la necesidad de Ser en la dificultad de lo
que tiene (o tenga) que ser”…
Bajo
el reto trazado en las líneas precedentes, me gustaría decantar dos paradigmas
fundantes del proceso revolucionario bolchevique: i) la idea de la
participación comunitaria y ii) la idea de la universalización de los
derechos.
Trayendo
a colación a Antoni Domènech, es pertinente señalar que al margen de las
vicisitudes propias del ejercicio del poder político soviético, y más allá del
debate sobre la “dictadura republicana democrática” y la tiranía soberana (el
cual tensó las discusiones de teoría política que se dieron a lo largo del
marxismo del siglo XX); es importantísimo señalar que la Revolución de Octubre
no fue un simple golpe militar, sino más bien, “un proceso paulatino
desarrollado sobre el terreno de una cultura política profundamente arraigada
en la población, así como de una amplia insatisfacción con los resultados de la
Revolución de Febrero combinada con la fuerza del irresistible atractivo de las
promesas de los bolcheviques: paz, pan y tierra, y una democracia de base a
través del Estado de los Soviets” (Domènech, 2016) .
En
efecto, la concepción participativa de los bolcheviques ancla sus raíces en la
construcción de un nuevo modelo de comunidad política; un modelo de comunidad
que tuviera por base dos garantías: (i) la garantía de participar y decidir
sobre los aspectos más relevantes de la organización socio-política (Los
Soviets), y (ii) la garantía de disfrutar del desarrollo y la gestión colectiva
de los bienes comunes (la igualdad real). En síntesis, en el imaginario
bolchevique existía el objetivo fundamental de conciliar la igualdad y la
libertad sobre la base de proponer una forma de comunidad política que superara
las deficiencias de un modelo democrático-liberal que, por ese entonces, dudaba
mucho en sacrificar los privilegios nobiliarios y aristocráticos que pululaban
en la sociedad europea de inicios del siglo XX.
De
la misma manera, el segundo paradigma que no puede ser perdido de vista a la
hora de repensar los imaginarios de la Revolución Rusa, es sin duda alguna el
paradigma de la universalidad de los derechos. Tal como lo planteó en su momento
Galvano Della Volpe, no es posible acudir a la idea de la Revolución Rusa, sin
descubrir la tensión puesta entre los derechos y los privilegios. Los
revolucionarios bolcheviques tenían muy claro que los privilegios se oponían a
los derechos; pues, mientras los privilegios apelaban a la restricción, los
derechos apelaban a su universalidad.
El
sufragio, por ejemplo, solo puede ser un derecho en la medida de que cada
ciudadano tenga la posibilidad de ejercerlo; es decir, en el entendido de que
sea un derecho universal. En ese orden de ideas, la libertad solo puede ser
posible si la comunidad política es capaz de reconocer, potencializar e
impulsar las cualidades y capacidades de los individuos, sobre la base de la
garantía de los derechos. Insistimos, no hay forma de entender la libertad
individual al margen de la igualdad real en derechos. En esto el ideal
bolchevique era de una claridad meridiana: no puede existir libertad ni
igualdad, donde existen situaciones de opresión, sujeción y dominación social,
cultural y política (Aricó, 1917) .
¿Qué
hicieron los bolcheviques para alimentar esta expectativa emancipadora? Los
bolcheviques soñaron con la socialización de la economía, pensaron en un modelo
productivo que, siguiendo la propuesta de Marx, pudiera hacer del proceso
económico un proceso democrático y participativo. En ese sentido, soñaron con distribuir
el producto de la economía social conforme a un plan que hiciera transparente
la producción y la distribución de la producción; todo ello, conforme al
equilibrio entre las funciones laborales y las necesidades individuales y
colectivas. De la misma manera, los bolcheviques soñaron con acercar a la
población rusa a las máximas adquisiciones de la ciencia y la cultura: implementaron
políticas de alfabetización por el vasto territorio ruso, impulsaron y desarrollaron diversas formas de
arte (entre ellas el cine), innovaron la música y la industria del sonido (en
1919 produjeron el primer instrumento electrónico que se comercializó en el
mundo) y en general, buscaron hacer de la cultura un verdadero patrimonio
público y social.
De
la misma manera, el proyecto bolchevique constituyó un hito en la adjudicación
y reconocimiento de derechos civiles. La historiadora norteamericana Wendy
Goldman ha sistematizado gran parte de las medidas adoptadas por los
bolcheviques para alcanzar uno de los horizontes más imprescindibles de la
época: la igualdad de género. En 1918 el gobierno bolchevique expidió un Código
de Familia profundamente revolucionario, el cual consagró la igualdad de género
ante la ley (aboliendo la condición jurídica inferior de la mujer); otorgó
legitimación legal al matrimonio civil; estableció el divorcio a petición de
cualquiera de los cónyuges, y extendió la pensión alimenticia tanto a hombres
como mujeres si eran discapacitados o pobres. Se suprimió la idea de la
ilegitimidad de los hijos y, finalmente, se garantizó el derecho a la mujer a
tener el control pleno de sus bienes. Por otro lado, en 1920 el Estado
Soviético legalizó el aborto gratuito y sin restricciones. Esto último, a
partir del reconocimiento de que la criminalización de esta práctica solo
conducía a que las mujeres asistieran a
centros clandestinos que ponían en riesgo su vida (Goldman, 2017) .
Por
último, no debemos obviar que las y los bolcheviques soñaron con resolver la
contradicción entre el trabajo asalariado y el trabajo doméstico. El trabajo
doméstico no remunerado que realizaban las mujeres (abastecimiento del hogar,
cocina, reparación, limpieza, cuidado de niños, inválidos y ancianos) sería
socializado, transferido a la economía en general y realizado por trabajadores
asalariados.
Por
lo tanto, lejos de caer en la burda apologética, es claro que el proyecto
bolchevique irrumpió en la historia y logró, en cierta medida, impugnar las
certezas y paradigmas de la sociedad dominante. La Revolución Rusa, hay que
decirlo con franqueza, en medio de sus incertidumbres y de su caos, constituyó
un proceso profundamente creador, y profundamente revolucionario.
¿Qué
hacer entonces con esta potencialidad histórica? ¿Cómo es posible que un
proyecto de semejante estirpe pueda ser enterrado en los anaqueles de la historia,
aun en medio de una sociedad inhumana, injusta y degradada? ¿Por qué habríamos
de olvidar que existe un proyecto para el Sol, en un momento donde, justamente,
más se necesita?
Quizás
la gran conclusión que podemos extraer de este cúmulo de ideas, es que el
derrumbe definitivo del “socialismo real” (o del “socialismo histórico”) debe
entenderse como el derrumbe de un proyecto que, desde luego, olvidó lo que
implicaba el proyecto en sí mismo. La idea del Sol fue intercambiada por un
“Nombre” difuso. Pero ciertamente, al final del camino, el “Nombre” agotado no
pudo sacrificar la idea del Sol: su proyecto trascendente.
Si
bien hay que extraer las lecciones de Rusia para aprehender los aciertos y
reconocer los errores. Lo cierto es que hay que volver a construir ilusiones
que nos permitan soñar, así como los bolcheviques, en un mundo donde la gente
ordinaria pueda construir un futuro extraordinario.
Hoy
por hoy, en este atormentado siglo XXI, hay que pensar nuevamente en Wallace
Stevens:
“(…)
Había un proyecto para el Sol… y lo hay (…) Pero el Sol no debe tener “Nombre”,
sino Ser en la dificultad de lo que tenga ser.”
Bibliografía
Aricó, J. (1917). 1917 y América Latina. En J. Aricó, Dilemas
del marxismo en América Latina (págs. 937-950). Buenos Aires: CLACSO.
Domènech, A. (13 de 11 de 2016). El
experimento bolchevique, la democracia y los críticos marxistas de su tiempo.
Obtenido de Sin Permiso:
http://www.sinpermiso.info/printpdf/textos/el-experimento-bolchevique-la-democracia-y-los-criticos-marxistas-de-su-tiempo-0
Goldman, W. (2017). "Del pasado
hay que hacer añicos": La liberación de las mujeres y la Revolución
Rusa. En J. Andrade, & F. Hernández Sánchez, 1917. La Revolución rusa
cien años después (págs. 133-152). Madrid: Akal.
Por. Juan Felipe González Jácome
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