Sunday, May 24, 2015

Democratizar la Democracia

Construyendo la Paz.

Democratizar la Democracia

Parte de nuestro cometido actual, es profundizar y diversificar los espacios de participación democrática, generar conciencia política en la sociedad, y cultivar la paz con garantías para su perdurabilidad.

Por: Juan Felipe González Jácome

En esta época de coyuntura política, es usual evidenciar en el ideario colectivo de la sociedad un peculiar sentimiento de pertenencia por la participación democrática; en las calles, aulas, pasillos y medios masivos de comunicación, se percibe todo un movimiento en favor de la participación democrática, caracterizándola como una de las bases más importantes para la construcción de la paz. Ahora, si bien todos hablan del concepto de democracia, y en consecuencia del de participación, pocos se detienen  en el análisis reflexivo de lo que  estos dos conceptos significan, pero más aún, del deber que asume la sociedad a la hora de juntar estos dos elementos, democracia participativa.

Es evidente que la participación es uno de los pilares fundamentales de la democracia, ya que como etimológicamente nos lo indica el concepto, la democracia es el “poder del pueblo”, es decir, es esa constante praxis política que entablan los diferentes grupos de la sociedad en relación con sus intereses y propósitos, los cuales deben ser disputados en el plano de las relaciones de poder, en donde en fin últimas, y de acuerdo a una determinada correlación de fuerzas, se decidirá sobre la determinación o rumbo de la sociedad en un momento histórico concreto. En síntesis, la democracia debe encarnar el constante debate que existe en la sociedad, debe ser el reflejo de las necesidades, vivencias, experiencias y conflictividades del compendio social. La democracia, antes que ser un elemento acabado y perfecto, está en constante construcción y conflictividad, pero esos mismos valores intrínsecos a ella, son los que en última instancia garantizan la constante creación histórico-social de la humanidad. 

Ahora bien, la garantía de la democracia y de la política en si misma (como praxis) la da la efectiva participación política de la sociedad; participación que en nuestro mundo contemporáneo solemos reducir, esconder, o simplemente olvidar. Banalizar el concepto de democracia, e igualarlo simple y llanamente al de votar, es como si el mero hecho de depositar determinadas papeletas en una urna cooptara toda la práctica política y su rico contenido. De ser así, en últimas se estaría reduciendo toda forma de participación en dos cosas: primero en elegir y segundo en ser “representado”. En ese orden de ideas, nos vemos frente a una situación bastante preocupante: En primera medida, escindimos la sociedad en dos, la civil que simplemente deposita su voto y desarrolla su cotidianidad al margen de la participación democrática, y la sociedad política, la cual solo emana en épocas de coyuntura electoral. Al mismo tiempo en que se nos coloca en la situación precedente, se entra directamente en el plano de la total indiferencia política, en la cual el representante se desentiende abruptamente de sus electores y en vez de ser un vehículo de sus necesidades y propósitos en instancias más altas de decisión, se concentra en el caudal y la maquinaria electorera, deslegitimando instantáneamente la praxis política, y poniéndola en el plano de la reiteración mediocre y oportunista, mas no en donde debería estar, en el plano de la praxis social creadora. 

Para rescatar a la democracia de su olvido, y ponerla en el plano de la convicción y no del oportunismo, es necesario comenzar por oxigenarla, es decir, por generar en nuestro sentido común la idea de que ella se construye cotidianamente en todos los espacios en donde interactuamos y construimos socialmente (la universidad, el barrio, la localidad, la ciudad, el país etc.). Entender que su importancia radica en la relación intrínseca entre la representación y la participación, en donde la representación sea un móvil de los intereses y finalidades que se construyen en la participación política cotidiana, en donde el representante trabaje convenidamente por la gente y en donde las bases sociales garanticen y tengan control de esa efectiva representación.


No obstante, para ello debemos trabajar arduamente, empezar por nuestra realidad circundante, hacernos partícipes de las ocurrencias de nuestro alrededor, y sobre todo, ayudar a construir nuestro entorno (la Universidad), debemos apostarle a todo un movimiento en favor de la paz y la democracia real, movilizarnos y expresar nuestro querer por transformar este “statu quo” político. Ya que solo en la medida de que asumamos nuestra responsabilidad política con esta realidad podremos nutrir la participación y llenarla de contenido, en últimas, solo haciéndonos conscientes de nuestro ser político y de nuestro compromiso creador con la sociedad, haremos de la participación una realidad palpable a todos (as), de la política una experiencia cotidiana y habremos aportado a Democratizar la democracia.   

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