Tuesday, November 7, 2023

Hans Kelsen: un comentario a propósito de una efeméride

Hans Kelsen: un comentario a propósito de una efeméride

Es curioso que sobre la vida y la obra de Kelsen graviten los más variados adjetivos. Unos le llaman “purista”, otros lo catalogan como un “hombre gris”, los más benevolentes le reservan el rincón de la ingenuidad. Digo que es curioso porque, luego de haber leído una parte de su obra, no parece que estos adjetivos sean del todo transparentes, al margen de la mala o buena fe con la que sus contradictores los hayan empleado. Por lo que refiere a su ingenuidad (el adjetivo fue recientemente utilizado por el profesor Rodrigo Uprimny), me cuesta pensar que un hombre que vivió en carne propia la censura, el fascismo, el exilio, y que sólo hasta entrados sus sesenta años supo lo que era tener una casa y un lugar de residencia estable, haya podido ser, simple y llanamente, un ingenuo. 

Aunque no puedo extenderme en esta afirmación, pienso por contraste que en su obra pesó mucho más el realismo que la ingenuidad, y que ello puede advertirse no sólo en sus textos de teoría del derecho (para la muestra: sus reflexiones sobre la interpretación jurídica) sino fundamentalmente en sus escritos de teoría política. Siempre he lamentado que su libro «Socialismo y Estado» no haya tenido una repercusión política más determinante; que es lo mismo que decir que es una pena que los liberales y los marxistas no hayan continuado las ricas conversaciones de antaño. En una carta al PCI, Norberto Bobbio sintetizó en pocas palabras lo que Kelsen ya sugería hace cien años: “¡nosotros necesitamos de su programa, pero ustedes necesitan de nuestros principios!”.

Un juicio crítico merece el mote de “hombre gris” que hace unos años le impuso el profesor Diego López Medina. Pese a que no desconozco que la segunda edición de «Teoría pura del derecho» puede resultar en algunos apartes menos llamativa que «El concepto de derecho» de H.L.A. Hart, en honor a la verdad habría que decir que las dos ediciones de «Teoría pura…», la una de 1934 y la otra de 1960, son absolutamente sugestivas. Basta con echarle una mirada a los prólogos (una denuncia explícita de la deshonestidad intelectual de más de un jurista) y a algunos de los capítulos subsiguientes para quedar electrizado con la batalla intelectual que Kelsen emprendió contra dos ortodoxias: la del derecho privado y la de los exégetas de estirpe formalista. 

Sin perjuicio de las críticas que su metodología de indagación científica merezca, la afirmación de que Kelsen es un “purista” o un “normativista aséptico” pierde de vista que su obra no se mueve dentro de la dicotomía forma-contenido. No se trata de que el derecho sea la forma de la sociedad, pues nadie –ni el propio Kelsen– discute que el derecho está anclado a la disputa política por los contenidos normativos. Se trata, por contraste, de que las investigaciones científicas sobre las normas reconozcan su estructura formal. Por otra parte, la distinción entre «ser» y «deber ser» [sein-sollen] no es en absoluto baladí. Marx se la enrostró a los economistas de su tiempo: una cosa es hacer ciencia y otra hacer apología. Kelsen hizo lo propio: una cosa es estudiar el derecho positivo, otra muy distinta prescribir su obediencia. 

Así pues, celebro que la Universidad Nacional de Colombia, la Universidad Externado de Colombia y la Pontificia Universidad Javeriana hayan resuelto organizar el seminario “Hans Kelsen hoy”. Es maravilloso que un evento de esta magnitud ocurra si se le mira desde la propia historia de vida del homenajeado. Con ocasión de la persecución nazi, Kelsen partió hacia Estados Unidos a finales de la década del treinta y sólo hasta 1945 logró obtener una plaza como profesor de tiempo completo en la Facultad de Ciencia Política, en Berkeley. Para ese entonces rondaba ya los 64 años. Es paradójico que se le hayan cerrado las puertas de las facultades de derecho; paradójico mas no incomprensible. Kelsen era desde luego un teórico del derecho, no un práctico; las escuelas necesitaban entrenar personas “para el oficio jurídico”: “litigantes” y “consultores”, diríamos ahora.

Hemos pagado muy caro el desdén por la teoría del derecho, pero no estamos obligados a asumir ese costo por siempre. Espero que este espacio, que en mis años universitarios nunca pude presenciar, sea una de las muchas formas de conjurar tal desatino. Siempre valdrá la pena volver a la obra de quienes retan nuestra inteligencia y alimentan nuestro pensamiento.


Juan Felipe González Jácome